Quaerere Deum: algunos fundamentos
de toda cultura cristiana

Publicado el 25 de abril de 2020

Hay libros que marcan una vida y que pueden determinar su orientación. Por diversas razones o motivos. Hay frases escritas que, como un rayo de luz en medio de la noche, te muestran fugazmente una senda para seguirla. U otras frases que te recuerdan lo que una vez tú mismo viviste, y el paso de los años había empolvado y llenado de maleza como en un camino sin cuidar. Ese libro y esa frase fueron, en mi caso, la siguiente: “¿Qué es la cultura cristiana? Esencialmente la Misa.” Esta frase, esencial, clara, directa, profunda e infinita (mutatis mutandi) como lo es el Santo Sacrificio del Altar, me impactó y, literalmente, unió muchas piezas que buscaba como unir sin éxito aparente.

El contexto de la frase revela su fuerza. Es de John Senior, de su obra La restauración de la cultura cristiana:

           “Nuestra acción, cualquier cosa que hagamos en el orden político y social, debe tener su fundamento indispensable en la oración, el corazón de la cual es el santo sacrificio de la Misa, plegaria perfecta de Cristo mismo, sacerdote y víctima, en la cual el sacrificio del Calvario se hace presente de un modo incruento. ¿Qué es la cultura cristiana? Esencialmente la Misa. Ésta no es mi opinión personal o de alguna otra persona, o una teoría o un deseo, sino el hecho central de dos mil años de historia. La Cristiandad, que el secularismo llama Civilización Occidental, es la Misa y todo el aparato que la protege y favorece. Toda la arquitectura, el arte, las instituciones políticas y sociales, toda la economía, las formas de vivir, de sentir y de pensar de los pueblos, su música y su literatura, todas estas realidades, cuando son buenas, son medios de favorecer y de proteger el santo sacrificio de la Misa. Para celebrar la Misa es necesario un altar, y sobre el altar un techo, por si llueve. Para reservar el Santísimo Sacramento, construimos una pequeña Casa de Oro, y sobre ella una Torre de Marfil con una campana y un jardín alrededor con rosas y lirios de pureza, emblemas todos de la Virgen María –Rosa Mystica, Turris Davidica, Turris Eburnea, Domus Aurea–, que llevó su Cuerpo y su Sangre en su seno, Cuerpo de su cuerpo, Sangre de su sangre. Alrededor de la iglesia y del jardín donde enterramos a los fieles difuntos, viven los que se ocupan de ella: el sacerdote y los religiosos cuyo trabajo es la oración, y que conservan el misterio de la fe en ese tabernáculo de música y palabras que es el Oficio Divino. Y en torno a ellos se reúnen los fieles que participan del culto divino y realizan el resto de los trabajos necesarios para perpetuar y hacer posible el Sacrificio: producen el alimento y confeccionan el vestido, construyen y salvaguardan la paz, para que las próximas generaciones puedan vivir por Él, por quien el Sacrificio continuará hasta la consumación de los siglos.”

Este párrafo me recordó dos cosas.

La primera, fue un camino de Santiago en el año 1999. Hicimos noche en Sobrado de los Monjes, y al visitar su Monasterio cisterciense, me impactó lo que un monje nos contó acerca de su monumental Iglesia. Y al enseñárnosla, nos dijo algo así como: “Cuando los primeros monjes empezaron a construir esta Iglesia tan monumental, lo hacían por Dios, para darle Gloria, no lo hicieron para ver su obra terminada, nadie les dio un premio, ni ellos vieron el fruto final de su trabajo. Lo hicieron por Nuestro Señor y para aquellos que vendrían detrás”.

Esta anécdota la volví a recordar al leer el discurso de Benedicto XVI en su Viaje Apostólico a Francia de 2008, en concreto, en el Colegio de los Bernardinos ante el mundo de la cultura. Me gustaría en los siguientes posts, ir comentando este discurso, que vino a mi mente al leer años más tarde a Senior, porque en él hay una guía segura para que toda propuesta de una auténtica comunidad cristiana, para toda cultura cristiana, para toda adhesión como el P. Pablo Pich-Aguilera comentaba en otro post, sea fecunda.

¿Qué simboliza este colegio? La empresa de unos monjes cistercienses que bajo el impuso del Abad de Claraval Étienne de Lexington, respondieron a la llamada del Papa para abrir un monasterio en Paris que formara parte de la recién creada Universidad. Era el año 1245-1248. Este monasterio, que fue y sigue siendo un foco de cultura, nació de una premisa: el centro de todo hombre y toda comunidad es buscar a Dios: Quaerere Deum. Benedicto XVI lo toma como un paradigma “Quisiera hablaros esta tarde del origen de la teología occidental y de las raíces de la cultura europea”. Y añade: “Aquí vivieron monjes jóvenes, para aprender a comprender más profundamente su llamada y vivir mejor su misión. ¿Es ésta una experiencia que representa todavía algo para nosotros, o nos encontramos sólo con un mundo ya pasado?”.

Estas palabras son importantes para nosotros: ¿soñamos con un pasado ideal, buscamos una huida de la realidad, o más bien, este tipo de realidades tienen todavía algo que decirnos?

La respuesta del Papa Benedicto es afirmativa, pero mostrando por qué. Y en ese sentido, es una luz para nosotros: “Su motivación era mucho más elemental. Su objetivo era: quaerere Deum, buscar a Dios. En la confusión de un tiempo en que nada parecía quedar en pie, los monjes querían dedicarse a lo esencial: trabajar con tesón por dar con lo que vale y permanece siempre, encontrar la misma Vida. Buscaban a Dios. Querían pasar de lo secundario a lo esencial, a lo que es sólo y verdaderamente importante y fiable”.

Volveremos con más. Os enlazo el discurso de Benedicto XVI, para que se pueda ir leyendo, con la promesa de un nuevo post,
Discurso del Santo Padre Benedicto XVI

D. Pablo Ormazabal
In Corde suo