La cultura cristiana

El verdadero papel de la mujer

Publicado el 21 de mayo de 2020

La mujer de hoy rechaza de plano su papel en el hogar, un papel tan deseado en otras épocas: todo lo que una jovencita podía querer era un marido al que amar y por el que ser cuidada, protegida y querida, unos hijos a los que dedicarse en cuerpo y alma. Una casa propia.

Parece evidente, si lo piensas, que este rechazo nos ha roto por dentro, nos ha desligado tanto de lo que es nuestro y de lo que realmente somos que algo tan deseado, la ilusión inmensa de cuidar a un marido y una casa, se convierten en una carga insoportable que nos enfada, nos estresa, nos parece injusta y contra la que nos rebelamos. Porque nos lo hemos creído, pensamos que de verdad tiene que haber “algo más” para nosotras, porque así nos lo dicen. Algo que, siendo honestas, sea más sencillo; algo que no nos suponga sacrificio, entrega generosa, desprendimiento. No se estila decir que lo fundamental para ser una buena esposa y madre es olvidarte de ti misma en un mundo en el que lo que nos llega por los cuatro costados es la necesidad (como si verdaderamente fuésemos a ser más felices) de “empoderarse”. Esta ruptura nos convence de que el trabajo del hogar, el servicio esencial en lo oculto, es degradante, bajo, injusto y un constructo social masculino que pretende atarnos a su servicio. Distrayéndonos así, nos hace olvidar nuestras responsabilidades y obligaciones y, sesgándonos la información, nos hace pensar que es un encierro servil y jamás nos haría felices. Y nos lo hemos creído. Así, nos han convertido en personas infelices, que aborrecen a un marido (al que elegimos ilusionadas un día) que solamente genera gastos y trabajo, y no desean el don de los hijos, que nos atan a un hogar.

Nos hacen pensar que hombre y mujer son iguales, desechar que somos complementarios y que, siendo necesario que el hombre salga al mundo, es necesario que la mujer permanezca en casa, en la familia, primera célula de la sociedad, que es donde está verdaderamente su responsabilidad. Igualarnos al hombre en un papel que no nos corresponde nos hace infelices, porque la naturaleza que nos ha sido dada nos hace preferir papeles que, si fuéramos fieles a ellos, nos asemejarían más a la Virgen María. Papeles humildes, ocultos. La presencia de la mujer en el hogar favorece la crianza de niños estables, con verdadero arraigo, uniéndonos física y moralmente, llevando adelante a una sociedad que se desmorona, probablemente por causa nuestra, que hemos creído que teníamos tanto que aportar “fuera”, en el lugar del hombre, y devaluando lo de “dentro” y, además, obligando a otras mujeres a hacerlo con nosotras. La mujer es esencial en el hogar, y por tanto, en la sociedad, pero hemos querido pensar que debe estar “verdaderamente presente” en todos los ámbitos, que debemos cubrir el porcentaje de presencia en cada sector, sin darnos cuenta de que nuestra presencia ha de estar en la base. El sueño de una jovencita de ser mujer y madre es tan importante para ella porque es verdaderamente responsable de ser base de la sociedad, y con una necesaria presencia en la familia que es imposible si nos envían a servir a un jefe y nos prohíben servir a un marido. La actitud de servicio es esencial para la mujer como base de la familia y como base de la sociedad, la mujer ha de ser ese pilar que todos los miembros de la familia necesitan pisar para subir, primero hacia Dios, y después realizando su misión en el mundo. La actitud cristiana de olvido de uno mismo es esencial para este papel de pilar de la familia, pero es difícil y duro y, como prácticamente todas las actitudes cristianas, provoca rechazo, sin embargo será esto lo que nos haga felices como mujeres, lo que nos lleve a asimilar y a abrazar nuestro papel real, lo que haga que dejemos de buscar la felicidad en actitudes impropias de nuestro sexo.

Todo esto suena hermoso, pero a veces nos es imposible quedarnos en casa sin aportar nada a la economía familiar, ni permanecer con los hijos u ocuparnos en persona de la casa. Además, el trabajo “fuera” parece incluso un respiro, un alivio del trabajo de casa, una huida del trabajo tan duro del hogar necesaria para a veces sentirse más útil (por tener una retribución visible). Nos invade un “egoísmo disimulado”, porque ese alivio de las horas con niños gritando o llorando nos hacen volver a casa más tranquilas y satisfechas con nosotras mismas, y coger tal vez con más ganas a niños que gritan y lloran porque son niños, o a maridos que puede parecer que cargan con todo el peso de la vida familiar. También se nos cae encima la casa, con un trabajo que nunca termina y que si hace otra persona, desde luego es más agradable. Todo esto parece que justifica nuestra postura como mujeres trabajadoras, la contribución a la economía familiar, la tranquilidad de un respiro imprescindible, la mayor habitabilidad del hogar, que un profesional hace mejor que nosotras. ¿Es ésta la vía fácil? ¿Nos hemos olvidado tanto de la Providencia? ¿Nos dejamos llevar por el egoísmo? ¿Cuál es nuestra prioridad? Quizá es mejor para una esposa y madre buscar un trabajo que pueda apoyar la economía familiar que quizá no dé tanto dinero, pero facilite ocuparse del hogar y de los hijos y atender al marido cuando llega, realizándolo desde casa o dedicándole menos horas. Es más duro, desde luego, más cansado, más difícil. Eso hace pensar que tomamos el camino sencillo, que confiamos en nuestros propios medios más que en los divinos y que tratamos de huir de las responsabilidades, las obligaciones, las dificultades.

A veces, de todas formas, es necesario y bueno un respiro que muchas buscamos en el trabajo como vía fácil, como vía de evasión, pero que se puede encontrar de otra manera, buscando momentos para nosotras en aficiones que no sean necesariamente trabajar, y que no nos generen el estrés que pueda provocarnos el trabajo o no nos hagan rechazar el hogar, dedicar tiempo a una misma para reponer fuerzas y poder dedicarse mejor a los nuestros.

Es curioso que al final de la vida nadie se pregunte si trabajó lo suficiente, ni siquiera los no creyentes, si no más bien si tuvo un matrimonio exitoso o unos hijos que lo quieren. En fin, si tuvo una vida de entrega. Normalmente, hay más arrepentimiento por dedicarse demasiado al trabajo y por “ausentarse” de la vida de familia que por lo contrario. Cuando vas a convertirte en madre, nadie cuenta los momentos duros (que existen) y es por eso que surgen clubs de “madres engañadas” a las que nadie les dijo que la maternidad era dura, que no era un camino de rosas, que deseas muchas veces abandonar. Tampoco mencionan que compensa, porque las actitudes de desprendimiento siempre compensan.

No está de moda hablar de la verdadera condición de la mujer. Nos han engañado tanto que hemos llegado a creernos que nuestro papel es diferente del que es y, tristemente, nos han relegado a uno que ni nos gusta ni se nos da bien, y nos hemos creído tanto el engaño que nos parece más razonable entregarnos antes a un jefe que a un marido al que hemos elegido y amamos, o a unos hijos que son fruto de ese amor.

Carola Núñez
Véritas Dómini manet in aeternum

Beneficios inesperados de la vida en el campo

Publicado el 16 de mayo de 2020

Siempre he sido una urbanita total. He pasado mi vida en Madrid ciudad, y consideraba que nuestro chalet de verano en una urbanización era “el campo”. No obstante, en los últimos años, según iba creciendo mi interés por un estilo de vida personal y familiar tradicional (y paralelamente por un modelo de sostenibilidad diferente al de la izquierda) fantaseaba con vivir en el campo.

Esa fantasía estaba cerca de hacerse realidad a partir de mi boda en verano, pues mi futuro marido comparte ese ideal de estilo vital. La idea era ir poco a poco acondicionando el lugar y haciendo reformas, viviendo a caballo entre allí y Madrid según la casa en el campo iba equipándose de comodidades.

Al parecer, lo de “poco a poco” no entraba en los planes del Señor. La declaración del estado de alarma por el coronavirus el 14 de marzo nos pilló aquí, con ropa para una semana, sin agua corriente, ni caliente, ni ninguna de esas reformas y comodidades pretendidas.

Podría escribir una entrada sobre lo difícil y duro que ha sido, pero creo que sería un reflejo muy pobre de lo que he pasado estos días aquí. Mi experiencia de inmersión campestre ha estado mucho más definida por la alegría, la ilusión y la felicidad al descubrir pequeñas grandes cosas que hacen que esta vida sea muy gratificante. Estas son seis que escojo porque no eran obvias para mí, no las esperaba al venir, sino que me han sorprendido al darme cuenta de ellas:

1. La vida en el campo tiene banda sonora

En mi casa de Madrid, tenemos ventanas con doble aislamiento para mitigar en lo posible los molestos ruidos externos. En cambio, aquí estoy siempre que puedo fuera, disfrutando del ambiente creado por los sonidos externos: el canto de los pájaros y el soplo de la brisa. Es una melodía que acompaña todo el día, pero que lejos de resultar distrayente o pesada, enriquece la vida como si fuera su banda sonora.

2. Las cosas son más satisfactorias cuando las hace uno mismo

Esto es contraintuitivo. Lo normal es pensar que uno disfruta más cuando se lo dan todo hecho, sin tener que mover un dedo, cuando las cosas le vienen dadas. Sin embargo, el elemento manual incrementa la satisfacción que proporciona cada resultado. No es lo mismo darse una crema que darse una crema hecha con flores recogidas en tu jardín. No es lo mismo comer un revuelto de ajetes que comer un revuelto hecho con huevos de tus gallinas y ajetes de tu huerto. Y no hablo solo de la calidad de los productos (que es un factor fundamental, pero no era inesperado). Es la sensación de haber tenido parte en el proceso productor, de ser un agente al servicio del mandato del Señor en el Génesis de someter la tierra.

Obviamente, uno no puede hacerlo todo. Pero se consigue una sensación muy similar cuando lo ha hecho alguien cercano, a quien puedes ver: otra persona de tu familia, un vecino, un agricultor o ganadero local que vende en tu cooperativa. Participas del fruto del trabajo de una persona concreta, no de un sistema.

3. La sostenibilidad es lo natural

La sostenibilidad en la ciudad se presenta como algo complicado y sacrificado, que requiere tiempo, formación, investigación y dinero. Ir a comprar a tiendas especializadas o tener que encargar las cosas por internet. Recorrerte todos los supermercados de la zona para encontrar algo de bienestar animal en cada uno. Renunciar a las ofertas. Nunca saber si estás pagando de más por una diferencia real o una etiqueta. Averiguar qué es de verdad sostenible y qué es mero greenwashing. Y hacer complejas cábalas para elegir si compras el producto de proximidad o el ecológico, el que no tiene tal ingrediente o el que no viene en envase de plástico… porque todo tiene ventajas e inconvenientes.

En cambio, en el mundo rural un estilo de vida sostenible deja de ser hipster y estridente, y se convierte en lo que siempre ha sido: la manera de funcionar sana y normal. Por desgracia, esto no siempre se cumple, ya que (afortunadamente por otro lado), el campo no supone un aislamiento total de la sociedad moderna; por lo que hay que seguir eligiendo con consciencia. Pero sale de forma mucho más natural. Puedes ir al supermercado si quieres, pero tienes como vecinos a los productores del queso cuyas vacas ves pastar en el monte. Puedes no reciclar si no quieres, pero tus residuos orgánicos van a venirte bien como estiércol. Puedes embadurnarte el cuerpo con químicos, pero esas plantas silvestres están mirándote para que las recojas. Y, en general, el ritmo de vida anima —al menos en mi opinión— al “slow living” o vida lenta, a decir no al consumismo desenfrenado por hobbie.

4. “El firmamento anuncia la obra de Sus manos”

El Salmo 19 se entiende mejor en el campo. Las luces de la ciudad nos han robado la luz del Creador. Siempre me ha fascinado el cielo estrellado, y es de las cosas que más he disfrutado en campamentos y excursiones al campo. Por tanto, en verdad este beneficio no ha sido tan inesperado… excepto por el hecho de que cada noche lo es. No pasa una noche sin que levante la mirada a lo alto antes de meterme en casa para ir a dormir. Y, sintiendo la pequeñez de una y la abrumadora grandeza de la creación, aumenta el pasmo que debió sobrevenir también al rey David al exclamar: “Cuando contemplo los cielos, obra de Tus manos; la luna y las estrellas, que Tú has establecido…¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes, y el hijo del hombre para que de él te cuides?” (Salmo 8).

5. La vida en el campo te mantiene en forma

Me gusta hacer ejercicio, y ya simplemente poder entrenar al aire libre es un lujo. Pero la actividad va más allá del momento concreto del entrenamiento; en realidad, lo que más influye en la salud es todo lo que uno se mueve (o no se mueve) aparte. En el campo, siempre hay tareas que hacer para levantarte de la silla. Cuidar de la casa, las instalaciones al aire libre (piscina, gallinero, porche, barbacoa…), las plantas (huerto, flores, hierbas, árboles) y los animales te tiene todo el día en movimiento. De este modo, a pesar de que las medidas de confinamiento nos han impedido salir a pasear, algo que yo hacía todos los días en Madrid, no noto una bajada sino una subida en mis niveles de actividad.

6. La vida en el campo te enseña a aceptar con paz tus limitaciones

No vas a poder tenerlo todo “perfecto” en el campo, al menos no si quieres conservar tu salud mental. Intentarlo va a quemarte y hacer tu vida frustrante. Siempre hay diez mil cosas que podrías hacer, tantas ideas de cómo plantar cosas, tantos ejemplos de gente en redes sociales que hace más y mejor que tú, tantos tutoriales de do it yourself; y por supuesto tantísimas tareas que “deberías” hacer incluso varias veces al día, porque acabas de limpiar algo en el jardín y sopla el viento y vuelve a estar como antes.

Pero la conexión especial con la naturaleza que se vive en el campo te ayuda a tomar perspectiva. Hagas lo que hagas, el ciclo de la vida sigue su curso, sale el sol y anochece, las flores se abren paso entre la maleza, salen hojas y más tarde se caen, llueve y amaina. Y tu familia sigue siendo feliz por poder disfrutar de ti. Esto no es una oda a la pereza, ni significa que lo que hagamos no tenga importancia. Tenemos que esforzarnos por hacer todo lo que podamos, pero el límite a ese “lo que podamos” no es el agotamiento físico o las horas del día, sino la paz propia y familiar. Tus limitaciones no deben agobiarte, sino orientarte a lo que es más esencial: ¿cómo glorificas más a Dios?, ¿cómo haces más felices a los que te rodean?, ¿cómo mantienes tu corazón sereno?

“¿Qué saca el hombre de todos los afanes con que se afana bajo el sol? Una generación se va, otra generación viene, pero la tierra siempre permanece. Sale el sol, se pone el sol, se afana por llegar a su puesto, y de allí vuelve a salir. Sopla hacia el sur, gira al norte, gira que te gira el viento, y vuelve el viento a girar” (Eclesiastés 1, 3-6).

Esta perspectiva debería animarnos. La creación es algo más grande que tú, y todo está bajo el control de Dios. ¿Qué quieres recordar cuando seas anciano, lo impoluto que estuvo todo por tus afanes, o más bien todo lo demás?: el amor, el humor, la piedad, la profundidad, las conversaciones, la contemplación, los detalles, las reflexiones.

En resumen, me ha sorprendido muy positivamente cómo se ha acompasado mi vida cotidiana al ritmo del campo. No es “idílico”, no. Hay problemas, hay insectos, hay incomodidades, hay imprevistos, hay trabajo duro, hay frustraciones, hay inclemencias climáticas. Pero creo que los beneficios superan con creces los inconvenientes. Y esto es solo el principio, en circunstancias excepcionales y sin ninguna experiencia. Proseguiremos con ilusión la tarea de crear y cuidar de nuestro nuevo hogar rural.

Quaerere Deum: algunos fundamentos
de toda cultura cristiana

Publicado el 25 de abril de 2020

Hay libros que marcan una vida y que pueden determinar su orientación. Por diversas razones o motivos. Hay frases escritas que, como un rayo de luz en medio de la noche, te muestran fugazmente una senda para seguirla. U otras frases que te recuerdan lo que una vez tú mismo viviste, y el paso de los años había empolvado y llenado de maleza como en un camino sin cuidar. Ese libro y esa frase fueron, en mi caso, la siguiente: “¿Qué es la cultura cristiana? Esencialmente la Misa.” Esta frase, esencial, clara, directa, profunda e infinita (mutatis mutandi) como lo es el Santo Sacrificio del Altar, me impactó y, literalmente, unió muchas piezas que buscaba como unir sin éxito aparente.

El contexto de la frase revela su fuerza. Es de John Senior, de su obra La restauración de la cultura cristiana:

           “Nuestra acción, cualquier cosa que hagamos en el orden político y social, debe tener su fundamento indispensable en la oración, el corazón de la cual es el santo sacrificio de la Misa, plegaria perfecta de Cristo mismo, sacerdote y víctima, en la cual el sacrificio del Calvario se hace presente de un modo incruento. ¿Qué es la cultura cristiana? Esencialmente la Misa. Ésta no es mi opinión personal o de alguna otra persona, o una teoría o un deseo, sino el hecho central de dos mil años de historia. La Cristiandad, que el secularismo llama Civilización Occidental, es la Misa y todo el aparato que la protege y favorece. Toda la arquitectura, el arte, las instituciones políticas y sociales, toda la economía, las formas de vivir, de sentir y de pensar de los pueblos, su música y su literatura, todas estas realidades, cuando son buenas, son medios de favorecer y de proteger el santo sacrificio de la Misa. Para celebrar la Misa es necesario un altar, y sobre el altar un techo, por si llueve. Para reservar el Santísimo Sacramento, construimos una pequeña Casa de Oro, y sobre ella una Torre de Marfil con una campana y un jardín alrededor con rosas y lirios de pureza, emblemas todos de la Virgen María –Rosa Mystica, Turris Davidica, Turris Eburnea, Domus Aurea–, que llevó su Cuerpo y su Sangre en su seno, Cuerpo de su cuerpo, Sangre de su sangre. Alrededor de la iglesia y del jardín donde enterramos a los fieles difuntos, viven los que se ocupan de ella: el sacerdote y los religiosos cuyo trabajo es la oración, y que conservan el misterio de la fe en ese tabernáculo de música y palabras que es el Oficio Divino. Y en torno a ellos se reúnen los fieles que participan del culto divino y realizan el resto de los trabajos necesarios para perpetuar y hacer posible el Sacrificio: producen el alimento y confeccionan el vestido, construyen y salvaguardan la paz, para que las próximas generaciones puedan vivir por Él, por quien el Sacrificio continuará hasta la consumación de los siglos.”

Este párrafo me recordó dos cosas.

La primera, fue un camino de Santiago en el año 1999. Hicimos noche en Sobrado de los Monjes, y al visitar su Monasterio cisterciense, me impactó lo que un monje nos contó acerca de su monumental Iglesia. Y al enseñárnosla, nos dijo algo así como: “Cuando los primeros monjes empezaron a construir esta Iglesia tan monumental, lo hacían por Dios, para darle Gloria, no lo hicieron para ver su obra terminada, nadie les dio un premio, ni ellos vieron el fruto final de su trabajo. Lo hicieron por Nuestro Señor y para aquellos que vendrían detrás”.

Esta anécdota la volví a recordar al leer el discurso de Benedicto XVI en su Viaje Apostólico a Francia de 2008, en concreto, en el Colegio de los Bernardinos ante el mundo de la cultura. Me gustaría en los siguientes posts, ir comentando este discurso, que vino a mi mente al leer años más tarde a Senior, porque en él hay una guía segura para que toda propuesta de una auténtica comunidad cristiana, para toda cultura cristiana, para toda adhesión como el P. Pablo Pich-Aguilera comentaba en otro post, sea fecunda.

¿Qué simboliza este colegio? La empresa de unos monjes cistercienses que bajo el impuso del Abad de Claraval Étienne de Lexington, respondieron a la llamada del Papa para abrir un monasterio en Paris que formara parte de la recién creada Universidad. Era el año 1245-1248. Este monasterio, que fue y sigue siendo un foco de cultura, nació de una premisa: el centro de todo hombre y toda comunidad es buscar a Dios: Quaerere Deum. Benedicto XVI lo toma como un paradigma “Quisiera hablaros esta tarde del origen de la teología occidental y de las raíces de la cultura europea”. Y añade: “Aquí vivieron monjes jóvenes, para aprender a comprender más profundamente su llamada y vivir mejor su misión. ¿Es ésta una experiencia que representa todavía algo para nosotros, o nos encontramos sólo con un mundo ya pasado?”.

Estas palabras son importantes para nosotros: ¿soñamos con un pasado ideal, buscamos una huida de la realidad, o más bien, este tipo de realidades tienen todavía algo que decirnos?

La respuesta del Papa Benedicto es afirmativa, pero mostrando por qué. Y en ese sentido, es una luz para nosotros: “Su motivación era mucho más elemental. Su objetivo era: quaerere Deum, buscar a Dios. En la confusión de un tiempo en que nada parecía quedar en pie, los monjes querían dedicarse a lo esencial: trabajar con tesón por dar con lo que vale y permanece siempre, encontrar la misma Vida. Buscaban a Dios. Querían pasar de lo secundario a lo esencial, a lo que es sólo y verdaderamente importante y fiable”.

Volveremos con más. Os enlazo el discurso de Benedicto XVI, para que se pueda ir leyendo, con la promesa de un nuevo post,
Discurso del Santo Padre Benedicto XVI

D. Pablo Ormazabal
In Corde suo

Cuerpo a tierra

Publicado el 19 de abril de 2020

EL FRÁGIL SISTEMA

Confinados en nuestras casas por el coronavirus no podemos más que sentirnos ciertamente impotentes y con la perspectiva de futuro más incierta que la mayoría hayamos vivido jamás. El virus que parecía poco más que una gripe ha sido declarado pandemia mundial por los globalistas de la OMS, y ha venido para cambiar radicalmente nuestras costumbres y nuestra forma de concebir el mismo sistema. Los hospitales están colapsados, las iglesias cerradas. Es una imagen aterradora, pero no pretendo asustar ni desanimar con este artículo, sino todo lo contrario. Sigan leyendo.

Ha quedado patente que el sistema es tremendamente frágil. Llevamos décadas trabajando duro para ser como dioses, cosa que aparentemente funcionaba, hasta que un bicho de 120 nanómetros de diámetro nos ha desbaratado el plan en un suspiro. La naturaleza más cruda y más real se ha reivindicado cruelmente contra nuestra inmensa fantasía: nuestra nueva civilización construida sobre la mentira de que la felicidad se sirve en mono dosis de entretenimiento sin fin y la concepción de que el contexto socio-emocional prima sobre la verdad de las cosas. Los que la fomentaron asisten ahora aterrorizados al desvanecimiento imparable de sus proyectos. ¿Dónde quedará la ideología de género cuando no sepamos si comeremos mañana? ¿Quién dedicará un solo segundo a atender el deterioro de los océanos cuando el índice de paro alcance el 30%? ¿Qué comeremos o vestiremos si hay desabastecimiento cuando nos han robado las manos, convirtiéndonos en seres dependientes de la técnica de otros para sobrevivir?

El mundo moderno, no exclusivamente en las grandes ciudades, está organizado de tal forma que todos dependemos de la ciencia de otros para el desarrollo de nuestro sustento básico. Empezando por mí y hablando en general, no cultivamos ni criamos nuestra comida, no tejemos nuestras prendas, ni siquiera nos cortamos el pelo. De hecho, tendemos a limitar nuestras capacidades a un simple click, creyendo que internet siempre estará ahí, que siempre habrá otros que hagan las cosas por nosotros. El producto de los agricultores, ganaderos, fabricantes de textil, del metal o plástico, de estos olvidados ángeles de la guarda, llegan a nuestras casas mientras cada engranaje del sistema funcione a la perfección, y esto, está demostrado, no tiene por qué durar eternamente.

En no muchos momentos de la historia nos hemos encontrado ante un fenómeno como este, pero en ninguno se ha expandido tanto y tan rápido ni ha encontrado a una civilización tan individualista y dependiente. La destrucción de la familia es la destrucción de la comunidad, y sin comunidad estamos desarmados. La muerte de la comunidad es el triunfo del “sálvese quien pueda”, producto de un liberalismo despiadado promovido en las últimas décadas y camuflado bajo muchos nombres. El gobierno y los medios de comunicación (o de propaganda política) están empleando todos sus recursos y esfuerzos a inocular en nuestros subconscientes mensajes como “todo va a salir bien”, tratándonos como niños. Salimos todos a aplaudir a los balcones a diario y entonamos himnos vacíos, que ni siquiera son nuestros, como “resistiré”, mientras miles de personas mueren, dejando familias destrozadas, impotentes, en vez de guardar cierto luto y tomarnos el asunto como adultos.

SEMBRAR EN TIERRA ESTÉRIL

Las grandes urbes modernas son auténticas ratoneras. Millones de personas habitamos pequeños núcleos, construidos verticalmente como colmenas para que todos, hacinados, podamos disfrutar de una porción del “progreso”. Estamos donde todo se propaga más rápido, como las enfermedades, ya sean físicas o espirituales. Rodeados de distracciones y entretenimientos, pretenden que olvidemos nuestras raíces, y especialmente la verdad inmutable de que todos vamos a morir, y se nos juzgará por nuestros actos, pensamientos e intenciones, y nuestro destino será la salvación o la condenación eterna. Debo reivindicar en este punto la vida sencilla en el campo. Aún con las dudas naturales que le han surgido a este urbanita que les habla. Aún con una inteligencia tan limitada para pronosticar con exactitud cómo funcionaría o para darles a ustedes la explicación perfecta que les haga creer que es lo correcto. Aún con todo, sé que estamos hechos para deleitarnos con la belleza y la verdad. Sé que somos católicos que buscan a Dios en todas partes, y que por mucho que nos empeñemos, nos será prácticamente imposible recoger buen fruto si sembramos donde apenas crece nada. Y no me refiero a la ciudad física, sino como centro de operaciones del demonio.

EL CUARTEL GENERAL 

Algunos pensarán que aquí buscamos el aislamiento total del mundo, que perseguimos el sueño idílico de una comunidad cristiana sin fisuras al estilo Amish, en el que no haya electricidad, ni paganos, ni cuchillas de afeitar, cuando somos bien conscientes de que la misión del cristiano es dar gloria a Dios en todas sus formas y expresiones. Todo esto pasa por estar abiertos al mundo sin ser del mundo.

Una guerra, una guerra real, es algo terriblemente complejo, y el buen general tiene que ocuparse de tantas cosas, tener en la cabeza tantas cosas, que no es extraño que muchos de ellos hayan pasado a la historia como grandes genios: hay ofensivas, asedios, líneas de aprovisionamiento, población civil, moral de victoria o de derrota, armamento, entrenamiento, hospitales de campaña. Descuidar cualquier aspecto puede comprometer la guerra entera.

La nuestra es la guerra más importante, la definitiva, y aunque conocemos su resultado final, no nos es dado rendir nuestra posición ni pecar de triunfalismo, porque no podemos saber en qué fase estamos, y se nos juzgará por lo poco o lo mucho que hagamos según la situación real de nuestro frente.

Y observando esa realidad, lo primero que advertimos es la necesidad imperiosa de dos acciones: entrenamiento -formación y oración- y reagrupación de tropas. Esa es la razón de ser primordial de la comunidad o comunidades que proponemos: que sean el cuartel, el campamento donde se entrenen los soldados que tendrán que salir a combatir mañana.

En el mundo, por continuar con la analogía bélica, hoy somos soldados dispersos, que como sabe cualquier estratega son fácil presa del enemigo. La comunidad no es dar la espalda al Mundo, al campo de batalla: es concentrarse, hacer recuento y entrenar para entrar en combate con posibilidades de victoria.

La solución final

Publicado el 25 de febrero de 2020

Una vez más, y en cumplimiento de la agenda que marca el modernismo, se produce un nuevo ataque contra la vida y dignidad del hombre. El pasado 11 de febrero el Congreso de los Diputados abrió el debate sobre la tramitación de una ley de eutanasia. La fecha elegida nos dará algo de luz sobre el origen siniestro de dicha iniciativa, ya que eligieron la festividad de Nuestra Señora de Lourdes, patrona de los enfermos.

La excusa para introducir tan abominable práctica es acabar con el sufrimiento humano, aunque sus impulsores bien saben que matar a alguien no acaba con el sufrimiento, acaba con el sujeto en cuestión. Es una medida propia de aquellos que pretenden exterminar a media humanidad para acabar con el hambre en el mundo. En uno y otro caso hambre y sufrimiento volverán a aparecer, ya que las mencionadas acciones no atacan ninguno de esos padecimientos, atacan a los que tienen que soportarlos. La solución es preocuparse por el prójimo, acompañarlo, atenderlo y cuidarlo. Pero en nuestra sociedad la persona es lo de menos, no importa en absoluto, solo importa si es útil y productiva, si puede ser una pieza más del engranaje consumista.

En segundo lugar, la intención en este tipo de normas siempre es otra. La justificación de acabar con el sufrimiento de muchas personas es el caballo de Troya. La verdadera intención es que unos decidan sobre la vida de los otros. Normalmente por criterios utilitaristas. Así, cuando alguien se convierte en una molestia, no hay más que deshacerse de él. Se consigue cerrar el círculo del aborto y decidir sobre la vida de aquellos que escaparon a la primera criba. Es cierto que los primeros afectados son siempre los más débiles – una muestra de la cobardía de los que aplican la medida – pero la experiencia demuestra que la fórmula acaba haciéndose extensiva a cualquier sujeto.

El tercero de los problemas es que, para que la norma pueda ser aplicada, es necesario que exista un ejecutor. De este modo el Estado pretende convertir en asesinos a aquéllos que juraron salvar vidas humanas, presionando a los que no quieran manchar sus manos con la sangre de sus semejantes y, en última instancia, dar rienda suelta a los instintos homicidas de sujetos que deberían estar entre rejas. No se trata ya de que un sujeto quiera acabar con su vida, sino de obligar a que sea otro el que acabe con su vida.

Finalmente, una ley de estas características vendrá acompañada de un montón de consecuencias no deseadas, como el hecho de que algunos homicidios dejarán de ser investigados y el sistema pondrá en bandeja nuevas triquiñuelas para dejar impunes muchos crímenes; la desincentivación en la investigación de cuidados paliativos, lo que sí provocará un sufrimiento innecesario en muchas personas; nuevas subvenciones al negocio de la muerte alimentando una industria que no deja de crecer. Los límites, de momento, solo los pone nuestra imaginación, pero las consecuencias serán aún más devastadoras.

A ninguno se nos escapa la decadencia actual de occidente, es el principal motivo que mueve a los impulsores de esta página a alejarse de las ciudades y refundar la sociedad occidental como ya se hizo anteriormente con la decadente Roma. Nuestra sociedad ha roto con Dios, y, al romper con Él, el concepto de prójimo pierde todo significado y la última solución es eliminarlo. Así pues, lo primero a tener en cuenta en esta pequeña aventura es no perder de vista a Dios y al prójimo.

Charles Ryder
Facta non verba

La cultura cristiana

Publicado el 4 de noviembre de 2019

Poner la contraculturalidad como punto de partida me parecería un error. Los católicos no actuamos por reacción sino que lo hacemos por adhesión a una Persona que es Jesucristo. Por ello se nos llama cristianos.

Evidentemente no nos chupamos el dedo y sabemos que debemos reaccionar contra ciertos presupuestos, circunstancias e imposiciones. Estamos de acuerdo. Pero esto es colateral, circunstancial. Si todo ello sirve para algo es para situarnos en la senda correcta. Debe movernos el vivir la cultura cristiana en su integridad, por amor y no como reacción.

Todos estamos de acuerdo que la reflexión sobre este nuevo modo de vivir no puede quedar invadida por posturas que denoten un querer huir del mundo en el que hemos sido puestos para combatir el noble combate de la fe. Este es el motivo de esta entrada. Debemos aclarar, con cosas concretas y encarnadas, los motivos que nos urgen a tomar esta determinación. Si se me permite decirlo, y para que nos ayude a “discernir” (término manido, poliédrico e incluso polisémico), los elementos fundamentales de la vida cristiana deben ser cuidadosamente preservados y tenidos en cuenta. La raíz, el cogollo, no puede quedar menoscabado en ningún grado. Ahí es donde creo que debemos ser exquisitos para evitar lo que todos tememos y lo que tantos nos achacan: ser una secta, un gueto. Vida de sacramentos y oración, comunidad y fraternidad, evangelización, estudio y trabajo, actividad física y artística, etc. La cultura cristiana, al fin y al cabo, “toma toda la arquitectura, el arte, las instituciones políticas y sociales, toda la economía, las formas de vivir, de sentir y de pensar de los pueblos, su música y su literatura, todas estas realidades, cuando son buenas, son medios de favorecer y de proteger el santo sacrificio de la Misa” (John Senior). Y la Santa Misa es, dicho por el mismo autor, la máxima esencia de la cultura cristiana.

Sigo con una lista de sugerencias para poder continuar con este proceso de reflexión y maduración:

  • Imprescindible: llevar una vida de piedad seria. Sacramentos, oración, mortificación, caridad y fidelidad al Magisterio y a la Tradición de la Santa Madre Iglesia
  • Pedir luz al Espíritu Santo para que sea Él quien ilumine nuestras decisiones
  • Leer el libro “La restauración de la cultura cristiana” de John Senior
  • Leer “El despertar de la señorita Prim” de Natalia Sanmartin Fenollera
  • Leer “La opción benedictina” de Rod Dreher
  • Escuchar canto gregoriano y música clásica
  • Intentar poner de todas las maneras en práctica lo que esperamos de la vida del pueblo donde queremos vivir (trabajo manual, aire libre, huerto, buena música, tocar instrumentos, teatro, etc.)
  • Hablar con los hijos de estos temas
  • Crear círculos presenciales para hablar de nuestras inquietudes
  • Hacer salidas de día o de fin de semana al campo o al monte
  • Programar vacaciones juntos en un lugar similar al que esperaríamos vivir
  • Buscar información sobre lugares en que se viva de esta manera o ideas similares para recabar ideas (Nomadelfia, Clear Creek, Ave Maria University, etc.)
  • Hablar con detractores y críticos de nuestros postulados
  • Apertura al mundo como condición indispensable. ¿Qué relación queremos tener con el mundo? ¿Qué visibilidad vamos a ofrecer?
  • ¿Qué haremos por el mundo? ¿Por los demás? ¿Qué obra de caridad?
  • Concretar oficios posibles y negocios viables (siempre dentro de la mentalidad distributista)

Aquí os dejo un conjunto de puntos que creo pueden servir para ir tratando. Habrá muchos más pero suelto mi propuesta para que podamos ir viendo si es lo nuestro.

Nos han robado las manos

Publicado el 27 de octubre de 2019

A veces se me ocurre que la civilización moderna es una conjura contra el tacto, una conspiración contra nuestras manos y su terrible poder.

Naturalmente, el modo de conseguir esclavos razonablemente felices es conseguir que olviden lo que han perdido, y que aborrezcan lo que creen haber dejado atrás, creando una imagen horrible del mundo sin las modernas cadenas, eso que llaman ‘progreso’. Pero no se nos ponen obstáculos a la vista, al oído. Al revés, se nos anima a que vivamos vicariamente la vida perdida como turistas de ese que fue nuestro pasado común, con vídeos y fotografías. Es un modo, al fin, falseado pero medianamente satisfactorio de experimentar una vida más cercana a lo real, a la tierra. Vivimos como a través de un avatar, por la imagen, por los sonidos, de todo lo que fue el patrimonio natural de nuestros ancestros, administrados en pildoritas fáciles de tragar y compartir, entre una vida hogareña sin fuego ni hogar y los empleos asesinos del espíritu humano en los que pasamos nuestra existencia.

Otra cosa es el tacto. El tacto es demasiado peligroso. No pueden tolerar que recordemos la inesperada satisfacción de tocar, de manipular, de hacer las cosas con nuestras manos. Que recordemos la capacidad que tienen nuestras manos de crear, de hacer cosas que funcionan, de hacer cosas bellas, de hacer con nuestras manos que crezcan y críen y se transformen, de crear bien y belleza. Un niño que ve a su padre enfrentado a la naturaleza, de poder a poder, tocando lo que hace, sin otro principio creador que sus propias manos, dominando elementos, domando la aspereza de las cosas para transformarlas en lo que es útil y bello, está no solo aprendiendo una lección concreta, práctica, de su propio poder de crear, o subcrear, de confiar en su propia maestría, de hacerse, en fin, un hombre, sino que establecerá una especial relación con su padre y con toda la cadena de su sangre que le ha dado la vida, que le ha hecho lo que es y como es. Nada en el mundo sustituye eso, nada en el mundo se parece a eso. Eso es lo que nos han robado al robarnos el tacto, el contacto con lo real: la herencia, esa transmisión de una generación a otra que puede ser de técnicas o de formas, que puede ser de canciones o viejas historias que, en sustitución de banales y repetitivos videojuegos, estimulen una imaginación ávida de alimento, como terreno propicio.

Tocar lo que se hace no se parece a nada. Mirar, usar lo que se ha hecho, lo que se ha tocado, lo que se ha manipulado con esfuerzo, no se parece en absoluto a comprarlo. Es un amoroso combate contra los elementos, que primero se resisten y luego ceden al ingenio de las manos. De manos que recuerdan, tanto como recuerdan los ojos.

Hagamos caso a Greta

Publicado el 27 de octubre de 2019

¡El fin está cerca!, ¡El planeta se muere y no hacemos nada! Debemos rendirnos a la evidencia y actuar. Llevamos demasiado tiempo ignorando las señales, tapándonos los oídos ante la voz del cambio, la voz de Greta. Al principio estaba ciego, pero ahora veo. Greta me ha despertado de mi letargo, me ha llevado al camino de la luz. He comprendido, aunque quizá tarde, que todas las consignas de esta nueva religión que me gusta denominar Antropocambioclimatismo apuntan hacia una misma dirección: nuestro pequeño proyecto de fundar una pequeña comunidad. Veréis.

Greta Thunberg, para los que no la conozcáis, es una activista sueca en contra del cambio climático y que algunos medios no dudan en apodar la “ecoheroína”, porque a sus escasos 16 añitos ha conseguido ser la protagonista de la crisis de moda, la cabeza visible de un problema global que asola la tierra y que puede arrancar de cuajo el futuro de nuestros hijos. Ella es el baluarte contra un hecho catastrófico que podríamos resumir en pocas palabras: el clima cambia por nuestra culpa y solo nosotros podemos revertir el cambio.

Aunque Greta es esa chiquilla repelente con permanente cara de enfado, la típica figura infantil creada por Disney cuya particular sensibilidad e inocencia le permite ver cosas que los adultos ya no pueden, me ha inspirado a escribir esta breve guía para mejorar un poco el mundo y el compromiso social de las buenas gentes de Occidente.

Como todos sabéis, casi todos los medios de transporte modernos, así como las fábricas e industrias, emiten diariamente cantidades inmensas de CO2 que contaminan nuestros océanos y se acumulan en la atmósfera, provocando el famoso efecto invernadero. Desde La Semilla de Mostaza nos hemos querido sumar a esta lucha contra el cambio climático y planteamos algunas soluciones:

1. El ‘Impuesto al Carbono’

La creación de un impuesto al Carbono que sustituya al IRPF y se aplique a todos. Consistiría en un impuesto cuyo hecho imponible es la emisión de carbono y por el que cada ciudadano tendría que pagar al Estado una cuota según la cantidad de carbono que ha emitido anualmente. De esta forma, disminuiríamos considerablemente el consumo de fuentes de energía combustibles y volveríamos a otras más tradicionales como caminar o calentar el hogar con leña.

2. Familia y trabajo

Ya que en la sociedad moderna son dos de cada familia los que tienen que ir a trabajar y cada uno de ellos debe desplazarse a un lugar distinto, nos hemos preguntado, ¿no se reduciría el consumo a la mitad si solo uno de los cónyuges o de la ‘pareja’ tuviera que ir a trabajar?, tiene pinta. Por tanto, proponemos ayudas estatales a las familias, pagadas con la recaudación del Impuesto al Carbono, para que uno de los dos pueda quedarse a mantener el hogar y así reducir drásticamente las emisiones.

En este punto, cabe mencionar que la tendencia progresiva a que la unidad familiar se rompa y divida en dos o más hogares aumenta la necesidad de añadir medios de transporte cuando tradicionalmente cada familia se desplazaba en uno solo. La cultura del divorcio es también un factor contaminante terrible, si lo pensamos detenidamente.

3. El problema de la carne

Se han escrito en las últimas décadas miles de artículos científicos (presuntamente) que denuncian la producción en masa de carne ante la creciente demanda en todo el mundo. Para Greta, el factor clave de un planeta sano es, en general, la abundancia de vegetación y de bosques, en particular, y la producción masiva de carne exige la deforestación de grandes superficies. En Alemania, por ejemplo, han decidido echar una mano incrementando el IVA de la carne del 7 al 19%, mientras ponen trabas a la cría y consumo de ganado propio, ya que, si no tiene fines comerciales no interesa. Esto es un error, se deberían promover políticas en pro del consumo del ganado particular o de pequeños negocios no exportadores, como podría ser la carnicería de un pueblo.

La obligación de criar al ganado de forma ecológica, con unos requisitos de superficie mínima por cada animal y unas condiciones idóneas de alimento, creciendo y reproduciéndose en libertad, frenaría enormemente la producción de carne en todas partes, ¿o no?

4. “No tengáis hijos”

Nuestra admirada Greta nos alerta contra la insistente fijación de la gente por tener hijos. El cambio climático lo hemos provocado nosotros, los humanos. Por tanto, cuantos más hijos tengamos, más factores contaminantes traeremos a esta tierra desolada. Sin embargo, en este asunto queremos echar una mano a Greta y darle una vuelta de tuerca más a sus brillantes ideas. Reflexionemos solo un instante, por probar: si los que estamos sesudamente en contra del cambio climático no tenemos hijos, ¿quién defenderá la causa mañana? ¿estamos dispuestos a abandonar nuestro planeta en manos de culturas que carecen por completo de respeto por el medio ambiente y cuyas tasas de natalidad son actualmente mucho más altas que las nuestras? Sería una irresponsabilidad y diría mucho sobre nuestro compromiso con la lucha.

¡Debemos tener hijos! ¡Muchos! Montones de ecohijos que hagan perdurar la cultura del respeto por la naturaleza y la vida sencilla. Que mantengan las tradiciones y cuiden a sus mayores para revertir el cambio al que un mundo industrializado nos arrastra sin piedad. ¡Salgamos de la ciudad contaminante y volvamos al campo!. En definitiva y por nuestra causa, hagamos caso a Greta.

Qué fácil es encontrar a Dios en el campo

Publicado el 27 de octubre de 2019

Que fácil es encontrar a Dios en el campo.

El hombre moderno, ser urbano por naturaleza, ha olvidado a Dios. Encerrado en una espiral de bienestar y abundancia, el hombre moderno ha colmado su existencia de comodidades, de lujos impuros, de vicios denigrantes, de entretenimientos burdos; así, embrutecido su pobre espíritu corrompido, ha creído poder prescindir del Altísimo. Y es precisamente en las grandes urbes y en esas ciudades de provincias artificialmente infladas por el éxodo rural, donde el desgraciado y pobre españolito encuentra todo lo necesario para cubrir sus comodidades, sus lujos, sus vicios y sus entretenimientos.

Cuando el hombre moderno se topa cara a cara con su propia fragilidad, encuentra bajo sí el abismo insondable de la duda, del vacío. Esto se observa fácilmente en su actitud ante la muerte; esa que tratan de ocultarnos en la lejanía aséptica de los tanatorios, pero que tarde o temprano llega a nuestras vidas cuando alguien cercano fallece. La actitud del hombre moderno ante la muerte es la de un autómata, un sonado que no encuentra explicaciones a su propia existencia. Ya no sabemos tratar la muerte con naturalidad, porque al desterrar a Dios de nuestras vidas hemos arrojado tras Él el bálsamo consolador de las verdades cristianas que nos hacían saber que no es el final.

Qué distinta era la vida del hombre del campo; frugal, sencilla y llena de Dios. Era el suyo un caminar por la tierra con la vista puesta en el cielo.

Cuando el pastor, a la cabeza de su ganado, miraba el cielo plomizo y cerrado, barruntaba la tormenta. Lejos de su hogar, encerrado el rebaño en un corralillo, se resguardaba él en una vieja cabaña de piedra y observaba arreciar la tempestad. Quien ha visto el fulgor del relámpago iluminar la inmensidad del campo en la noche; quien ha escuchado el trueno multiplicarse en mil ecos entre las peñas; quien ha sentido la lluvia cayendo impenitente sin otro refugio que una angosta casilla pastoril y una manta, ha experimentado la fragilidad humana. Y ha musitado una oración. Qué fácil es encontrar a Dios en el campo.

El labrador, desde su casa, contemplaba acongojado la misma tormenta. Él está seguro, pero la mies de la que depende su sustento, no. Quien ha temido perder su pan bajo un voraz pedrisco, ha experimentado la fragilidad humana. Y ha prendido una vela a santa Bárbara. Qué fácil es encontrar a Dios en el campo.

Es de naturaleza que aquel pastor y aquel labrador, habiendo experimentado a menudo la fragilidad de su condición humana, pertenecieran a comunidades sanas que colocaban a Dios en su mismo centro, organizando su modo de vida, sus costumbres, sus interacciones humanas, siempre bajo la ley natural de Dios. Y por supuesto, es de naturaleza que aquellas gentes humildes en su vivir, pero inundadas de sabia teología, no temieran enfrentarse con una muerte que vivían de forma natural en su entorno.

Y es por ello que el mundo rural español, resistiendo frente a viento y marea, mantuviera sus maltrechas instituciones pese a la revolución, el liberalismo, las desamortizaciones, el comunismo y las guerras tras la caída del Antiguo Régimen, claudicando ya en los últimos años del franquismo, con ese éxodo que desangró nuestros pueblos.

Hoy, el hombre contemporáneo, eminentemente urbanita, no experimenta la debilidad humana. El estado del bienestar nos mantiene atiborrados de comodidad.

Víctor
Tradidi quod et accepi